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martes, 30 de noviembre de 2010

Señora, por favor múdese

Por Jaime Bayly



El 22 de marzo de 1993, un día de vientos helados en la ciudad, la señora Sandra Masías y yo nos casamos ante el juez José M. López, en la Corte Superior del Distrito de Columbia, en Washington, la capital del imperio norteamericano.
El 29 de octubre de 1997, la señora Sandra Masías y yo nos divorciamos en el Décimo Primer Circuito Judicial de la Corte del Condado de Dade, divorcio que fue firmado por el juez Andy Karl.
El juez ordenó que la señora Masías y yo compartiríamos responsabilidades como padres y la custodia de nuestras hijas Camila, nacida en Washington en agosto de 1993, y Paola, nacida en Miami en junio de 1995, se otorgaba a la madre.
Asimismo, ordenó que yo debía pagar 7.500 dólares mensuales a la madre para los gastos de nuestras dos hijas.
Desde entonces y hasta la fecha, no sólo he cumplido las obligaciones legales que me ordenó el juez hace ya trece años, sino que, perdón por la jactancia, me he ocupado económicamente de mantener a mis dos hijas y a Sandra muy por encima de lo que mandaba la ley.
Creo que he sido un padre generoso y que he tratado a Sandra como si fuera mi hija, pues, desde que nos divorciamos, ella, para todo efecto práctico, se ha permitido la comodidad de vivir de mi dinero.
Este último año, la señora Masías me dijo que, además de todos los gastos extraordinarios que yo pagaba y las propinas de mil dólares mensuales que les daba a mis hijas y los viajes en enero y julio que les pagaba a la señora Masías y sus hijas a Europa, el estipendio mensual de 8.000 dólares que le otorgaba le resultaba insuficiente, puesto que debía pagar tres empleadas domésticas, dos choferes, un profesor de matemáticas y otros gastos.
No me sorprendió que me pidiera más dinero. Llevo años pagando las cuentas de la señora Masías y sé que la austeridad no se cuenta entre sus virtudes. Le pregunté cuánto dinero necesitaba mensualmente para sentirse, digamos, desahogada.
No pareció someter a duda su respuesta: 12.000 dólares al mes. Bien, le dije, será lo que tú digas. De modo que fuimos al banco y le pagué anticipadamente el dinero hasta diciembre.
Como era previsible, la señora Masías me ha escrito correos traspasados por la ansiedad en los que me hace saber que los 12.000 dólares mensuales le quedan cortos y que no tiene recursos para mudarse, puesto que la he invitado amorosamente a retirarse de mi casa.
¿Por qué he invitado a la señora Masías a retirarse de mi casa? Porque la señora Masías ha hecho méritos para ganarse dicha invitación (una invitación que fue expresada en privado y en público y que de momento, a expensas de su dignidad, ha ignorado) y porque nuestra hija Camila, instigada por la señora Masías, ha hecho también penosos méritos para acompañar a su madre en la mudanza, una mudanza que espero ocurra pronto y del modo más pacífico y armonioso, dado que me he ofrecido a pagar todos los costos que tal mudanza ocasione.
Dichos méritos son bochornosos y los mencionaré sólo para tratar de que la señora Masías comprenda que está viviendo en mi casa sin mi consentimiento y que, por tanto, debe retirarse pronto, preservando su dignidad de dama.
La señora Masías y mi hija Camila deben irse de mi casa por las siguientes tristes razones: la señora Masías ha llamado “prostituta” y “perra chusca” a la señorita Silvia Núñez del Arco, mi amiga y la madre de un bebé que he impregnado en ella hace más de cuatro meses; la señorita Camila viajó hace meses al lago Titicaca, acompañada de sus amigos (viaje que fue pagado por mí) y no tuvo mejor idea que quemar un adorno que Silvia me había obsequiado, fotografiar el momento de la incineración y luego colgar esa foto vandálica en su página de Facebook, con una leyenda destinada a Silvia que decía “Quémate, Mierda”; por si ello fuera poco, la señorita Camila acudió un sábado, al filo de las once de la noche, al departamento donde vive Silvia y, en compañía de sus amigos, arrojó huevos a las ventanas del departamento de Silvia (quien, aterrada, no sabía si esos huevos era piedras, proyectiles o qué), y, no contentos con tamaña vileza, la de agredir en pandilla a una mujer embarazada, pintaron en las paredes del edificio “Silvia Puta”, es decir el mismo insulto que Camila escuchó que su madre, la señora Masías, gritaba como perturbada.
Camila es una mujer inteligente, pero tal vez no lo es tanto como ella cree. Pues ella pensó que nadie podría, sin su autorización, ver en su página de Facebook la foto donde se la ve quemando, a orillas del Titicaca, el adorno que Silvia me regaló y el insulto a Silvia, “Quémate, Mierda” y probablemente pensó, o no pensó, que ella y su pandilla de vándalos no quedarían registrados claramente en la cámara de seguridad del edificio de Silvia.
¿Cómo me enteré de que Camila y sus amigos se habían rebajado a la estupidez de quemar el adorno que me regaló Silvia? Porque Silvia, al tener dos contactos en común con Camila (Silvia tiene 22 años y Camila 17), pudo entrar a la página de Camila y encontró esa foto espeluznante y aquel insulto abyecto.
No me dijo nada entonces por delicadeza. Pero la noche en que le arrojaron los huevos (sin que ella supiera si eran huevos o balas) y yo llegué poco después, Silvia me contó traumatizada y llorando (pudo haber perdido al bebé) que hacía meses tenía una prueba de que Camila la odiaba y, peor aún, se jactaba de odiarla y la hacía pública.
Durante dieciocho años he sido un padre generoso, juguetón y en extremo permisivo. Siempre les he dicho a mis hijas cosas alentadoras y elogiosas y las he complacido en todo.
Por eso nunca pensé que mi hija mayor, por muy adolescente que sea, haría esas maldades gratuitas contra una amiga mía, que nada ha hecho contra ella.
Pero la señora Masías, al gritar una y otra vez en mi casa que Silvia es una prostituta, una inútil y una perra chusca (lo que no deja ser irónico, pues desconozco los méritos profesionales de la señora Masías), ha sembrado el odio en mis hijas contra Silvia y en cierto modo le ha dado a Camila la legitimidad moral para que cometa esos actos de vandalismo contra Silvia.
Pues bien: la señora Masías y la señorita Camila están notificadas de que deben retirarse de mi casa, puesto que en mi casa no permito que viva gente que agrede de modos tan innobles a una mujer embarazada, y además embarazada de mí.
Ruego que ambas comprendan que esto no es una amenaza sino una invitación cordial y afectuosa, y que yo pagaré todos los gastos de la mudanza. Pero la señora Masías debe hacer sus maletas ya mismo, si alguna dignidad le queda.

15 comentarios:

  1. ouchhh dolorosa carta

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  2. Vengo de FB ... ❤️ 😍

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  3. Vengo del canal de Jaime en youtube

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  4. Vengo del canal de youtube x2

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  5. Vengo del canal de youtube x3

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  6. Como el odio de una madre puede calar en un hijo. Es lamentable, no hay justificación alguna lo q hicieron pero es obio q Camila como hija fue manipulada por su madre q bueno q ahora ellas hayan entrado en razón .

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  7. Vengo del canal de youtube x3

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  8. Del canal de YouTube x4

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  9. Del canal de youtube x 5 jajaja... todos al chisme

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  10. Te sigo Jaime pero con esto que hiciste te excediste

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    1. Y acaso el ataque a la Señora del Arco, no lo es?

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